miércoles, 20 de noviembre de 2013

Unmei

     ‘Y la vida transcurre con sus días de sol y sus días de lluvia, con sus cielos azules y con sus cielos grises’ voy pensando mientras camino en dirección al centro de trabajo. Es día sábado, es poco antes del mediodía, el cielo está algo nublado y hay pronóstico de lluvia leve. No llevo paraguas; hoy quiero dejar todo al destino (unmei en japonés). Estoy cerca de mi trabajo y el cielo no se ve con nubes negras si no sólo grises. He salido con suficiente tiempo como para ir despacio y saborear este sábado en el que me sumerjo, sin prisas y con calma. El verdor y las flores de los jardines de las casas vecinas -aunque no hay muchas- me hacen sentir un poco de frescura en el ambiente y me despejan la mente. Para mi suerte, casi no hay gente en la calle, no hay coches, se siente cierta paz….Nada ni nadie se me cruza en el camino. ‘En un día como hoy quisiera estar en aquel parque de tulipanes en Toyama’, pienso. Sin embargo, sé que eso no podrá ser hasta el próximo año porque la temporada ya pasó, y aunque hoy quisiera estar ahí no podrá ni podría ser; esto me confirma que nada es para siempre y que hay que valorar el hoy y el ahora y disfrutarlo al máximo. No puedo estar ahí, pero me queda el recuerdo del maravilloso día pasado en ese lugar de ensueño que parece sacado de un cuento de hadas.

     Desde antes de llegar a la entrada del extenso parque temático, una larga calle con doble hilera de ”saesakura” (o flores de cerezo rellenos) con tulipanes de diversos colores floreciendo bajo su sombra de color rosa, me hacen sentir el ambiente primaveral. Entramos, este año el lugar está de aniversario y lo percibo exquisitamente acicalado, no con joyas ni perfumes si no con la belleza natural de las flores. Sin duda alguna, está mejor que nunca. Hay mucha gente que va y viene, pero menos que el año pasado. No hay casi chinos ni coreanos. No escucho más idioma extranjero que el japonés. Debe de ser por el problema de la contaminación radiactiva. Eso permite caminar por el parque sin aglomeraciones y con menos ruido.

     Disfruto con tranquilidad y sosiego del millón de tulipanes que hay sembrados este año y que han ido floreciendo en escala. Sus hermosos colores me pintan el alma, me iluminan la mente y me aligeran el cuerpo. Me siento felíz. A veces me olvido de los amigos con quienes he ido por contemplar las diferentes especies y colores de las flores o por tomar algunas fotos. Me impregno de su energía vital, me doy un baño de color y me regocijo entre ellas. ‘Si existe un paraíso ha de ser algo parecido a esto’, pienso. Aunque luego yo misma me saco de mi error y me corrijo: el paraíso sí existe y estamos en él, nada más que no nos damos cuenta. Somos nosotros quienes nos empeñamos en convertir este paraíso en su antagónico. Es el ser humano, caprichosamente autodenominado ser superior, quien se encarga de dañar a la madre naturaleza y con ello a estos hermanos menores.
 
     Camino, veo, contemplo, siento, admiro, memorizo….Quiero guardar todo este cúmulo de sensaciones hermosas como una reserva para los días en que las fuerzas me puedan faltar…Ya se va acercando la hora del regreso, pero me falta algo. Sí, me falta visitar ese lugar que me atrae tanto: aquel lugar un poco apartado de la parte central y del bullicio del parque en el que hay árboles muy altos y donde cada año siembran algunos espacios con tulipanes y otras flores. Les pido unos minutos a mis amigos y me dirijo hacia allá. Una familia se toma fotos en ese espacio que este año está más bello que nunca o por lo menos yo así lo siento. Han puesto bancas nuevas de madera. Me gustaría sentarme y escribir, pintar o simplemente contemplar, pero no tengo suficiente tiempo. No estamos tan cerca de casa y queremos regresar de día y comiendo algo en el trayecto antes de volver. Aún así, lo hago con calma y camino por mi lugar preferido agradeciendo a Dios por todo lo que me da en este día….Mis amigos me esperan, debo ir, aunque quisiera quedarme allí horas y horas, en ese apacible lugar y bajo la sombra de esos árboles.

     Qué maravilloso es estar en comunión con Dios y la naturaleza….Y de pronto, algo me saca de mi ensimismamiento; es una voz fresca, alegre, cariñosa que me dice “Konnichiwa!”. Venía en bicicleta en sentido contrario por la calle al lado del río, lo miro, pero no lo reconozco al instante por la luz del mediodía. Baja la velocidad, le devuelvo el saludo y entonces me doy cuenta de que es Julinho, el hijo de una familia amiga al que conozco desde que tenía sólo cuatro añitos. Ahora ha de tener doce. Su padre es un compatriota, pero él ha nacido y crecido aquí y no entiende casi español. ’Doko-e-ikuno?’ (Adónde vas?)-le pregunto. ‘Tomodachi-no-ouchi-ni-ikimasu’ (Voy a casa de un amigo)-me contesta con prontitud y sonriente. Y esa sonrisa me iluminó el dia. ‘Qué hermosa es la sonrisa de los niños!’ voy pensando mientras evoco ese inesperado encuentro. Veo el río mas hermoso con margaritas silvestres que florecen como cada año entre los bloques plomizos de concreto que sirven de contención a esa parte algo honda del pequeño río. Las blancas margaritas parecen sonreír jubilosas como Julinho. Y así, llego al centro; éste sábado hay festival interno. Se ven grupos de jóvenes danzantes vestidos de yukatas, kimonos y vestimentas típicas…No puedo verlos mucho tiempo y camino con rapidez al lugar de mi destino donde me espera una reunión de trabajo y donde me reencuentro con más personas que son como aquellos árboles frondosos que ví en el parque temático, en los que sé que puedo confiar porque me lo han demostrado a través de los años.
 
     Me concentro en el trabajo y me olvido del mundo exterior, de sonrisas y de flores. Termina la reunión y se van los asistentes foráneos. Nos quedamos algunos y los llevo a la oficina en la que trabajo ahora. Nos alegramos de vernos y nos contamos nuestras cosas como si fuéramos una gran familia. La parte seria ha terminado, se “quitan la corbata” y dejan la parsimonia. Ya no son las personas circunspectas de la reunión, ahora están ahí hablando con el corazón y mostrándose como son; ahora son más humanos. Disfruto de su cálida presencia y de esos reconfortantes momentos. Siento nostalgia de los hermosos momentos que pasamos juntos hace ya varios años. Ahora estamos cada uno en su lugar, pero siento que ellos son como árboles leñosos y con raíces fuertes, son como los amigos que me gusta hacer….Los amigos casuales son como las plantas herbáceas que florecen y se marchitan, y cada cierto tiempo pueden florecer en lugares diferentes de acuerdo a los vientos o a donde sea llevado el polen por aves e insectos…Embellecen, adornan, pero todo es pasajero, fugaz….Pero eso de ningún modo les quita su valor. Creo que en tema científicos existen las casualidades, pero en otros casos nada ocurre por casualidad.

     Pienso en el destino, y recuerdo esa historia real que acabo de ver en la TV japonesa en hechos insólitos. Ocurrió en Inglaterra. Una solitaria niña inglesa escribe un mensaje, lo introduce en una botella y lo tira al mar. Un niño escocés recoge la botella y le escribe una carta a la niña. Ella lee el mensaje, pero el chico tenía seis años menos que ella. Ella tenía catorce años y él ocho y decide no enviar la carta que ya había contestado. El niño espera cada mañana a que llegue el cartero durante semanas enteras hasta que poco a poco se va olvidando de eso. Pasa el tiempo y ambos son ya mayores. Han pasado ya veinticinco años o algo más y la adolescente de ese entonces es ya profesional. Es cliente asidua de una cafetería cercana a su trabajo y allí, por cosas del destino, llega de casualidad el chico escocés. Se sienta, lee el periódico y oye la voz de la chica que habla con mucha familiaridad con el personal de la cafetería; es normal, los ve casi a diario. El escocés la mira y se siente profundamente atraído. Ella se va y él les pregunta por ella. Los empleados le dicen quien es y que asiste cada día a tomar un café. El recuerda a lo lejos el nombre, pero no está seguro. Vuelve al día siguiente y le entabla conversación. Se siente atraído por ella desde el primer día. El le cuenta que una vez recibió una carta en una botella de alguien con un nombre parecido al suyo y ella le confiesa que fue quien la lanzó al mar. El le pregunta por qué no le contestó la carta y que él esperó días y días. Ella le respondió que ella escribió la respuesta pero que no la envió porque él era aún un niño. A los pocos días, la inglesa le dio una carta en la que le contestaba la carta que recibió de niña pero que no envió. La carta que no fue enviada y que nunca llegó a su destino. Ahora están juntos porque el destino y Dios lo quisieron así….
 
Publicado el 5 Junio del 2011 en RK by Bengoshi.