sábado, 31 de agosto de 2013

A cat in the darkness = Un gato en la oscuridad

     No, no voy a hablarles de la canción de Roberto Carlos ni a cantar: “Y el gato que está triste y …”, no. Esta vez quisiera ser la voz de aquellos seres tiernos, tranquilos y cariñosos que por mala suerte del destino o por irresponsabilidad de sus dueños deambulan por techos, parques y por cualquier lugar donde se sientan seguros o a salvo (?). Esta semana que pasó me sorprendió la noticia de que se prohibía dar de comer a los gatos vagabundos o a los que conocemos como “gatos techeros”. Ya desde antes era una ley tácita e inclusive en el supermercado cercano hay un cartel que dice: “noraneko-ni-esa-wo-ataenaide-kudasai” ("No dar de comer a los gatos vagabundos, por favor"). Por las noches, cuando vuelvo a casa, veo casi siempre a una mujer que se detiene a darles de comer haciendo caso omiso a aquel cartel que los administradores del supermercado han colocado.

     Cada vez que veo un gato sin hogar -les llamaré así porque no me gusta la denominación de “gato techero”- me lleno de nostalgia porque me hace recordar a aquellos que me dieron un poco de amor hace ya una buena cantidad de años cuando llegué a una universidad japonesa con mi mochila llena de sueños a participar en un "training course". Sí, recuerdo que cerca del aparcamiento de bicicletas en uno de los edificios de la U había una gata completamente blanca, la cual por el hecho de verme todos los días en la mañana y en la tarde fue perdiendo el miedo y se me acercó. Es así que empezó esta historia. Como ella se aparecía cada vez que llegaba le hablaba y empecé a darle algunos pedacitos de pan o algo que traía en el bolso sabiendo de que la vería por ahí. Un día, ya no estaba sola, me trajo a su compañero - según yo- para presentármelo! Y así con el pasar de los días poco a poco me dí cuenta de que ya había metido la pata! Su barriga crecía y crecía, y bueno….había que seguir dándole comida. Un día desapareció y algunos días después apareció con cuatro lindos gatitos! Habían tigres amarillentos y negros. Estaban chúcaros aún, pero poco a poco se fueron acostumbrando a la gente que suele pasar por ahí.

     Como ya eran más, les compraba bolsas de comida para gatos en el supermercado y me entretenía dándoles o mirándoles comer. Estando en eso, un día ví a una profesora del mismo edificio -a quien me habían presentado con anterioridad pero con quien no había tenido casi oportunidad de charlar- que estaba dándoles de comer también. Y así empezamos a conversar sobre los gatitos y eso nos fue convirtiendo en amigas! Habían otros estudiantes más que también les daban porque a veces encontraba comida en sus platitos. Los gatitos crecían día a día y me gustaba ver como retozaban. Cada vez que podía pasaba por ahí, y así colmados de cariño iban creciendo y haciéndose “adolescentes”. Por las mañanas al llegar les decía “¡Neko-chan!” (¡Gatitos!) y salían corriendo de donde estaban. Les hablaba en japonés por temor a que no me entendieran . A veces por las noches cuando me retiraba en bicicleta se ponían en la rueda de adelante y no me dejaban avanzar! Entre todos me hacían complot! Se metían entre las ruedas y yo por temor no movía la bici y les decía: “Ikanakia..mo osoiyo..” ("Tengo que irme...ya es tarde"). Otras veces yo iba avanzando poco a poco y ellos tirados en el piso delante de la rueda, o si no me seguían y salían del campus conmigo siempre en ese afán. Aún ahora me conmuevo al recordar esa linda escena. Una vez me siguieron todos algunos subidos en la pared baja que circula el campus y otros a mi lado por la callecita oscura en la parte posterior y tuve que regresar desde la cuadra avanzada por temor a que les pase algo! Felizmente encontré a la profesora que también se retiraba y le pedí que los entretuviera. Eran tan tiernos!…y así "mis amigos gatitos" fueron creciendo. 
 
     No sé bien la razón -aunque la imagino- pero poco a poco los gatos fueron desapareciendo y sólo quedaron dos: uno tigre y una negrita. Un día el tigre apareció lesionado. Quizás alguien lo había maltratado al estar merodeando por alguna casa o quien sabe, nunca falta gente sin sentimientos. Lo llevamos a la clínica y el veterinario dijo que había que operarlo. Recuerdo cuando lo ví a través de esa caja de plástico donde lo metieron; estaba echado pero con los ojos abiertos. Me miraba con ojos tristes, sólo le faltaba hablar…Con mucha pena le dije: “Ganbatte ne!” (¡Animo!). “Bye bye, neko-chan”…Esa fue la última vez que lo ví. No resistió la operación. Me sentí impotente y muy triste de no haber podido hacer nada por salvarlo.

     Pasado ese triste episodio le dediqué mi tiempo y cariño a la negrita. Siempre estaba por ahí cerca en los compartimentos que había en unos almacenes o a veces se subía a un árbol grande que hay en el centro del parquecito interior. No sé cómo se daba cuenta de que llegaba, pero no había mañana sin que saliera a saludarme. Parecía que conocía el ruido de la bicicleta; despues de todo me había visto desde que abrió los ojitos o desde que “tenía uso de razón”. Pasó el tiempo y un día apareció con su "novio", y bueno ya se imaginarán el resto. A los pocos meses desapareció y de pronto apareció un día bastante delgada y demacrada. Le pregunté: "Kodomo-wa-doko-ni-iru-no?" (“Dónde están tus hijos?”, y ella como si entendiera se dirigió a la parte posterior del aparcamiento debajo de un árbol donde había un lugar calientito y me mostró a sus tres lindos gatitos!.

     Otra vez la profesora y yo estábamos contentas de tener gatitos, y también habían otros estudiantes de Bangladesh que le hicieron una jaulita dentro del aparcamiento. La gatita mamá era muy cariñosa y estaba acostumbrada a la gente, pero no a todos. Yo ví la jaula colgada y me pareció buena idea. La gatita no había entrado con los que la construyeron, pero cuando la subí, se echo allí con sus gatitos. Creo que eso fue lo peor que hice y aún ahora me arrepiento. Era día viernes y ya nosotros no vendríamos hasta el lunes. Le dejamos comida en su platito y nos retiramos con la profesora. El día lunes llegué como siempe y la gatita no estaba! Sólo estaban sus tres gatitos tigres. Pensé que estaba por ahí cerca, la llamé y no respondió. Subí a la oficina que se encontraba en el tercer piso, luego bajé varias veces a ver si llegaba y nada. Busqué un gotero para darle leche a los gatitos mientras ella volvía pero nada. No volvió en todo el día. ‘Si dejo aquí a los gatitos se los comerán los cuervos o morirán de frío’ -pensé. Decidí llevármelos a mi apartamento a escondidas porque donde vivo están prohibidas las mascotas. Los puse en una cajita, los abrigué y los traje. Al día siguiente los llevé de regreso con la esperanza de que su mamá esté esperando pero nada. La gatita definitivamente había desaparecido! Tres días repetí lo mismo. El día jueves las secretarias me dijeron que uno de los proveedores se quería hacer cargo de los gatitos. Me sentí impotente de no poder hacer nada por ellos. Si estuviera en mi país, pensaba….No me quedó más remedio que aceptar pensando en que era por el bien de ellos. Aquella tarde derramé tantas lágrimas, les pedí perdón por no poder hacerme cargo de ellos. Realmente fue uno de los momentos más tristes de mi estancia en tierras japonesas. Yo había recibido tanto de su madre -y de sus tíos- y no podía darles nada. Llegó el proveedor y las secretarias se encargaron de dárselos….Estuve ahí parada viendo como tres pedacitos de mi corazón se iban y yo sin poder hacer nada. Desde ese momento decidí no dar comida a ningun gatito porque sé que si lo hago me encariñaré con él y luego volveré a sentir ese mismo dolor que sentí aquel día.
 
     Ya no les doy comida pero creo que el prohibir a las personas que les den de comer no es la solución. Es más maldad echarlos a la calle en forma irresponsable y a esas personas son a las que les deberían poner una cuantiosa multa por esa acción sin sentimientos. Los animalitos no tienen la culpa. Ellos dependen de nosotros; en lugar de prohibir que les den comida deberían crearse centros para gatos sin hogar donde puedan vivir y así no reproducirse sin control en las calles. Si hubiese un zoológico tipo parque temático sólo de gatos sin hogar creo que sería hermoso. Hasta yo pagaría por ir a verlos. Aunque me gustaría más que quienes tengan una casa con espacio suficiente adopten aunque sea uno. Cuando esté en mi país sí podré adoptar a todos los que se me aparezcan en el camino: gatos, perros, pájaros, peces...! Finalmente, esos seres hermosos que se cruzaron en mi vida me dejaron el más maravilloso de los regalos: una linda amistad con la profesora y su familia que perdura hasta hoy a pesar de que ella ya no vive aquí.
 
     Gracias Dios porque por medio de estos dulces mininos me alegraste los días en las épocas de desvelos y sacrificios en pos de lograr mis sueños y metas en estas tierras del sol naciente. Este fue uno de mis primeros posts en mis inicios como "blogger" y a través del cual logré ponerme en contacto con gente linda que me enriqueció muchísimo y con quienes pasé momentos inolvidables. Los recuerdo con mucho afecto y consideración especial y hasta el día de hoy conservo esa amistad como el más preciado de los tesoros a pesar de no vernos. Gracias por ser y estar. Hoy termino este día sabado con la alegría de saber que a pesar de que los años nos dejen una montaña de anécdotas y experiencias, nunca debemos perder nuestra esencia ni los valores adquiridos y mucho menos dejar de ser agradecidos.

sábado, 24 de agosto de 2013

Your Singapore! - Part II

     Este “business trip” a Singapore ha sido un “shakai benkyou” o estudio de la sociedad actual en esta parte del planeta. He aprendido bastante -aunque sé que aún no lo suficiente- de como funciona este cuarto centro financiero mundial. Como deben saber, después de New York, London, Tokyo, se ubica Singapore. Un país de sólo algo más de 700 Kilómetros cuadrados y cuyo nombre deriva de “Singa” que significa león, y “Pura” que significa ciudad; o sea es la Ciudad del León, un nombre apropiado porque parece rugir.

     Es una ciudad cosmopolita y donde confluyen casi todas las razas. Es normal ver por las calles a gente con turbante o a gente en “short” y sandalias. Hay comida para todos los gustos: china, malaya, italiana, etc. Nuestros desayunos, almuerzos y “snacks” eran en el interior del lugar donde teníamos los “meetings”. Los organizadores habían arreglado todo muy bien para no tener que movilizarnos a ningún lado, por lo que no tuve necesidad de salir del recinto desde la mañana hasta el atardecer. Durante los breves "break-times" podíamos tomar un café, dulces típicos o, si se quería, intercambiar opiniones con asistentes de los cinco continentes. Era la única latina aunque representaba a una entidad japonesa.

     Como es mi costumbre, las cenas preferí buscarlas por mi cuenta. Es parte de mi rutina tener ese momento solo para mí, es por eso que, me escabullo apenas acaban las reuniones, y dejo mi mente libre de todo y la “reseteo” para poder empezar con la mente fresca el día siguiente. Me gusta mucho visitar lugares donde come el común de la gente, disfrutar de lo típico, lo natural, viendo el ambiente que me rodea y sintiendo la energía que fluye de la gente en su lucha diaria. Es así que durante mi estadía elegí un restaurante malayo cercano al hotel en el que probé algunos de sus platillos y todas me parecieron de influencia china. Es decir, en comida no tuve problemas, excepto con algunos potajes demasiado picantes; a simple vista parecían no picar -ya sé que el grado de picantez no se ve a simple vista- pero al ir comiendo se sentía el ardor en la lengua. Pero como de los fracasos se aprende, al darme cuenta de eso, antes de pedir preguntaba si eran picantes o no. La gente, en general, es amable y aunque se diga que el idioma principal es el inglés, noté que algunas camareras mandaban a uno que sabía más inglés a atender a los extranjeros -de rasgos no asiáticos- que entraban. Hasta ahora recuerdo la imagen de una madre dándole de comer a su hijito y también la gran porción de papaya que pedí de postre al verla en un un congelador -yo solo pedi, el tamaño lo decidieron ellos- ya que en la tierra del sol naciente es difícil encontrar un restaurante en el que te den fruta fresca. Aquí comer frutas es un lujo, por eso y por mucho más disfruté esa riquísima papaya fresca.

     Mi movimiento en la ciudad fue completamente en taxi que a mi parecer cobran de manera razonable, aunque como en todos los lugares los taxis seguros son más caros. Eso lo comprobé cuando volví de un centro comercial en uno que tomé al azar en la entrada y comparé el precio que me cobró; sin duda, fue bastante más barato. Pero bien, algo que resalta en la ciudad es la gran cantidad de instituciones educativas o empresariales. A nosotros nos tocó estar en un complejo denominado Biópolis que pensaba que era menos grande de lo que resultó. Me sorprendió la extrema vigilancia del lugar pero dada la situación que se vive, se entiende.

     Terminada mi misión decidí tener unas horas para conocer algo más de la ciudad y le pedí a la recepcionista del edificio del complejo en el que estaba que me recomiende alguno de los lugares más representativos de la ciudad y luego de una llamada telefónica me recomendó visitar Marina Bay Sands. Aprobé la idea, me llamó un taxi y preparé mi mente para hacer un poco de turismo antes de volver a Japón. En el trayecto, edificios de diferente arquitectura desfilaron ante mis ojos. No debería sorprenderme, después de todo en Tokio también hay y muchos, pero allí lo sentí diferente. A un lado el mar y al otro lado los edificios y uno desplazándose por una amplia avenida rodeada de árboles y de vez en cuando mucha vegetación tropical. Ese paisaje artificial que se ve en las fotos, visto en vivo y en directo, realmente impresiona. Aunque a decir verdad, sólo me gusta verlo de lejos. Esa fue una de las razones de elegir un hotel cerca del lugar de reuniones, fuera del "downtown",  y además por no estar en ese conglomerado, no usar el subterráneo y poder desplazarme con mayor rapidez.

     El taxista me iba dando algunos consejos de lugares para ver en Marina Bay Sands. En algun momento escribiré sobre mi impresión de los taxistas porque cumplen una labor muy importante para los turistas al manejar mucha información útil. No llegábamos aún y se levantó ante mí un imponente edificio trillizo unido por la parte superior! El edificio realmente impresiona y para entrar, si no se es huésped, se paga S$20; en la parte superior tiene una piscina al aire libre y esta conectado a uno de los casinos más famosos del mundo por un puente cerrado que cruza sobre la amplia avenida que las separa. A ese casino se puede entrar gratis a la sola presentación del pasaporte y los locales tienen que pagar S$100. Al lado del casino hay un amplio centro comercial donde hay de todo y entretenimiento para todos; hay hasta una pequeña canoa para disfrutar con la familia en un pequeño canal artificial en el interior de las instalaciones.

     He visto un gran número de diseños arquitectónicos pero aquel del Marina Bay Sands aún permanece en mi retina. Hasta dónde llegará la imaginación humana, de qué más seremos capaces. Sin duda la especie humana -humana en la medida en que no perdamos la capacidad de conmovernos ante la muerte de un animalito o un ser humano- está dotada de una inteligencia que sigue evolucionando. Fue una experiencia indescriptible sentir cómo se le gana espacio al aire y al mar como lo hacen ellos. Otra cosa más que me llamó la atención fue el Aeropuerto de Changi por su comodidad y su diseño, especialmente del Terminal 3 desde donde tomé mi vuelo de regreso a Japón. En el tiempo de espera me entretuve observando a los viajeros que pasaban por el amplio pasillo que había delante de mí. Era como una pequeña “Torre de Babel” y todos parecían tener prisa. Sentada en una de las sillas de esa amplísima sala de espera ví desfilar personas empujando su carrito sin hacer ningun ruido sobre el piso alfombrado. Era entretenido tratar de adivinar por sus atuendos el motivo de su viaje. Este cómodo aeropuerto tiene bien ganado el ser uno de los aeropuertos más visitados del mundo.

     Como dije al inicio, este “business trip” por “Your Singapore” -es su slogan- me ha servido para aprender mucho más de esta sociedad de la que formo (amos) parte. Mi visión del mundo se ha ampliado, pero aun así, tengo sentimientos encontrados. El desarrollo económico y tecnológico implica el empleo de mano de obra y en el trayecto veía desde el vehículo en que me desplazaba los carros que llevaban en la tolva a los obreros que trabajan en construcción. Los miré de reojo a través de la ventana: eran, al parecer, personas de países vecinos, de ojos rasgados, con rostros curtidos y manos trabajadoras. No sentí pena por ellos porque a un trabajador no se le tiene pena sino respeto. Pero sí sentí pena al pensar que eran personas que habían dejado a sus familias en algun lugar de Asia para enviarles dinero y poder satisfacer sus necesidades básicas. Sólo espero que sean debidamente pagados y retribuidos en su esfuerzo.

     Ayer conversaba con un arquitecto japonés y le pregunté si había estado en Singapore y me contestó que lo había hecho hace unos veinte años. Le recomendé que vaya nuevamente porque era impresionante y que parecía un libro de arquitectura abierto. El me respondió que esa era sólo la parte nueva, pero que detrás de esos edificios me encontraría con una realidad diferente. Por eso, espero poder ir nuevamente para ver con mis propios ojos esa otra cara de la luna. Por lo pronto me quedo con lo que ví y lo que me mostraron. No puedo adelantar juicios. Pero a pesar de todo lo bello que pueda haber visto me quedo con mi cielo, mi río, mi puente, mis tortuguitas…en este espacio donde al llegar me sentí en paz conmigo misma y en comunión con la naturaleza.

     Si desea ver imágenes de Marina Bay Sands y Singapore, en los buscadores hay bellas imágenes del edificio-hotel como éstas que encontré en Internet. En algun momento pondré las fotos que tomé con mi camarita.

Taken from Internet.
 
 
Taken from Internet.
 
     Y así evocando este viaje realizado hace tres años termino mi semana  que ha sido plena de experiencias y vivencias de todo tipo. A principios de semana, volví a ver después de seis meses al mismo arquitecto para recibir unos "souvenirs" de sus tres semanas de viaje por Sudamérica, y a pesar de ser muy parco, y hasta diría una persona a quien ya nada le asombra porque se ha recorrido medio mundo, me comentó que le gustaría ir de nuevo. Mi amigo es una persona extraña pero lo aprecio. Quizás sea porque los excéntricos nos comprendemos entre nosotros, aunque tengamos muchas diferencias fundamentales y conceptuales. Y, aunque, cuando le hablé del grado de avance y modernidad de Singapore se mostró algo escéptico, después de todo viajó a Singapore para constatar lo que le conté. Creo que en la variedad de amigos que tengamos está lo interesante de vivir y Dios nos pone cada día en nuestro camino a un gran número de personas. Indudablemente no con todos los que nos cruzamos existe -o se siente- esa empatía que nos atrae y nos hace cultivar esa hermosa flor llamada amistad. Por mi parte, tengo conocidos y amigos de todas las edades y diferentes caracteres, y aunque -siempre hay un aunque- no los vea a menudo sé que cuento con ellos(as). Porque ya sabemos que hay una gran diferencia entre conocidos y amigos, ¿verdad? Sólo por dar un ejemplo: a un amigo lo puedes criticar o le puedes decir con claridad lo que sientes o contarle tus cosas sin temor por esa confianza que le depositas.
 
      Pero aparte de charlar un rato con mi amigo y ponernos al día en lo que habíamos hecho últimamente, esta semana uno de los estudiantes-asistentes del centro donde trabajo me hizo emocionar. Lo conozco desde hace unos meses y hace poco me contaron que había perdido a su padre hace un año -lo cual él mismo me lo confirmó después- y como es un chico muy educado y correcto lo veo como a un sobrino y antes de empezar el trabajo o al terminarlo hablamos de otros tópicos por unos minutos. En una de esas ocasiones, salió en la conversación que iría con sus amigos de promoción a una caminata por una montaña que hay al norte de aquí y donde hay una hermosa vegetación en esta época. Le comenté que seguramente habrían muchas flores silvestres, y luego le dije que si tomaba fotos de los paisajes me las mostrara. Pasaron los días de descanso de Obon (época de visitar tumbas de difuntos) y esta semana llegó como siempre y mostrándome un USB me dijo: 'Cópielo, por favor'. No logré reaccionar al instante hasta que agregó: 'son fotos de flores de la montaña', y entonces, recién recordé lo que le había dicho. Es así que las copié y empecé a ver hermosas fotos de florecillas silvestres que hoy adornan la pantalla de la PC. Pero lo que más me conmueve es que se haya tomado el tiempo de tomarlas y ¡tantas! Los chicos de su edad generalmente tienen interés en todo menos en flores y él gastó sus preciados momentos de relax que podía haberlos dedicado a otras cosas más interesantes que a tomarlas. Sin duda mis ángeles están en todas partes. Ahora mismo que escribo esto se me hace un nudo en la garganta. Cuántas cosas pueden nacer de una palabra dicha con el corazón y cuántas cosas lindas podemos compartir con las personas que nos rodean. Nunca me cansaré de dar gracias  a Dios por todo lo que me ha dado y me sigue dando. No le pido más porque así como estoy y soy, me siento felíz.


jueves, 15 de agosto de 2013

Your Singapore! - Part I

     Y ya en casita, con un poco de sueño pero con la mente llena de recuerdos. Sin duda han sido días vertiginosos, y hoy ya aquí en la tranquilidad de mi “manshon” (apartamento) evoco los momentos pasados en esa subyugante tierra como si hubiese sido un sueño. Desde la subida al avión en el Aeropuerto Internacional de Kansai en Japón ya parecía estar en Singapore: las aeromozas vestían con trajes típicos! Eran trajes largos, pero con una abertura en la parte delantera de la falda, de un color marrón con aplicaciones amarillentas y rojizas, y su peinado de moño al estilo antiguo les daba una apariencia peculiar.

     Mi primer contacto con los “singapurenses” se inició debido a un incidente que me ocurrió en el tren en el que viajaba de mi zona a Kansai en Japón. Levanté la mesita donde se ponen las bebidas sin percatarme de que mis gafas estaban puestas allí y un ruido me hizo caer en la cuenta de que uno de los “lens” (vidrios) había salido volando de la montura! Intenté volver a ponerlo en su lugar pero no pude; así que llegué al Aeropuerto de Changi en Singapur sólo con los “sun glasses” (lentes de sol). Se lo comenté al taxista que me llevaba al hotel y me dijo que si deseaba me llevaba a buscar donde arreglarlo inmediatamente. Quise decirle que sí porque era urgente pero le respondí que primero quería llegar al hotel y le agradecí la buena intención. Ya instalada en el hotel le pregunté a uno de los recepcionistas si había un lugar cercano para arreglarlo y me respondió que tenía que ir a un lugar -por donde había pasado minutos antes- a unos quince minutos en taxi. Aún era de día y quise ver un poco del ambiente cerca del hotel como para familiarizarme y vi un pequeño Seven Ileven -popular tienda de 24 horas en Japón- al lado del hotel. Entré y le pregunté a una chica morenita de rasgos muy finos que atendía acerca de lo mismo pensando que sabría de otro lugar mas cercano, y obtuve la misma respuesta. Por lo visto el único lugar donde podrían arreglarlo estaba a esa distancia.

     Le comenté de lo linda que era la música que oía y tomé una botella mineral para llevar. Le iba a pagar, cuando me dijo que le muestre las gafas. Se las mostré y vi que empezó a intentar poner el lente, pero no podía. Me miró y me dijo: “No importa si se rompe?”. “No importa”-le respondí pensando que de igual manera si no se podía arreglar me tendría que comprar unas gafas nuevas en el centro comercial. Vi que hizo bastante fuerza y logró poner el lente en la semimontura! Le agradecí y le dije que me había ahorrado el ir al centro comercial. Sonrió. Le pagué el agua mineral y le dije que se quedara con el vuelto como agradecimiento. Se alegró y me preguntó de dónde venía, etc. Le pregunté lo mismo y me contestó que era de Malasia, el país vecino. Llevaba algo en la nariz -tipo arete- que le daba un aire hindú. Me comentó que era de oro. Como ya habíamos adquirido cierta confianza le dije que si me permitía tomarle una foto y me respondió que sí. Se la tomé y me pidió verla. Se la mostré, sonrió y me retiré diciéndole que volvería a comprar nuevamente.

     Ya en la habitación recordé que no había probado el Wi-Fi. Busqué dónde enchufar la Notebook y vi que los enchufes no eran como los que se usan en Japón. Bajé a pedir un adaptador a la recepcionista de turno, pero me dijo que no tenían disponibles y que tenía que comprar uno! Salí como buscar lo que necesitaba por una calle cercana y aproveché para entrar a comer algo en un restaurante típico en el que habían muchos con cara de estudiantes, lo que sin duda indicaba que la Universidad de Singapore (Singapur) estaba cerca como lo decía en la información que leí antes de ir. Como la comida estaba en una vitrina fue fácil pedir que me sirvieran lo que quería, aunque solo elegí por el aspecto exterior ya que ni sabía que clase de comida era. Ahí me entretuve un poco viendo algo del verdadero ambiente en que se desenvuelve la gente y el "life-style" de los comensales, y por el idioma hasta me animé a adivinar de donde eran. Por supuesto que no entendí nada de lo que hablaban pero respirar esa atmósfera natural es también algo que me fascina. Recuerdo que una vez cuando estuvimos en Madrid mi amiga Yuko y su primo se metieron a un restaurante con aspecto -por fuera- elegante, y yo les dije que iría a un restaurante donde come todo el mundo y los deje ahí. Caminé un poco hasta encontrar un lugar que me pareció como para oficinistas, es decir, un lugar más normal. Lo anecdótico fue que a la vuelta me perdí, los busqué en el alojamiento y al no encontrarlos fui a los almacenes "El Corte Inglés" y ahí los hallé de casualidad. ¡Casos y cosas que pasan a veces!
 
     Terminé mi almuerzo-cena y al volver entré a otro 'Seven Ileven' algo más grande que había en el trayecto y busqué un adaptador, pero sólo encontré uno parecido al que buscaba. Lo compré y lo probé en la habitación pero no era apropiado. Bajé nuevamente al primer piso y se lo hice saber a la recepcionista quien se encontraba hablando con alguien que parecía de vigilancia. Me dijo que lleve mi cable y que, con seguridad, la señora me lo cambiaría; así lo hice, no sin antes decirle que su obligación era tener ese adaptador para los huéspedes extranjeros. Llegué a la tienda y le expliqué el problema a la encargada quien aún se acordaba de mí porque hacía pocos minutos que lo había comprado. Entonces apareció un chico que había estado ordenando los productos en los estantes y amablemente empezó a buscar entre los pocos adaptadores que tenían y confirmó que no tenían ninguno como el que yo buscaba. Le dije que necesitaba uno urgentemente porque mi "notebook" solo tenía batería para doce horas -según las especificaciones pero ya sabemos que siempre se acaba antes- y luego tendría que recargarla. Buscó en un cajón en Caja y sacó un nuevo adaptador, lo probó y me dijo que ése era el que yo necesitaba, pero que era de su uso. Le pregunté si me lo podía alquilar. Me miró, se tomó la cabeza con las manos, lo pensó un momento y me respondió que me lo prestaría hasta las once de la noche. Le dije que esa hora era demasiado tarde para mí y que me lo alquilase hasta las ocho de la mañana en que saldría a la reunión de trabajo que tenía. No sé por qué pero me dijo que lo use todo el día y que se lo devolviera por la tarde cuando regrese. Se lo agradecí y como muestra de mi agradecimiento le regalé el que ya había comprado. Llegué a la entrada del hotel y el vigilante al verme me preguntó si había conseguido que me lo cambiaran. Le comenté lo del alquiler que me había hecho el chico de la tienda. Al oír eso llamó a uno de los chicos empleados del hotel -quien por el parecido físico me pareció su hijo- y le dijo que me busque uno para el día siguiente. Le agradecí el gesto y me despedí. Entré y la recepcionista me dijo que para el día siguiente me tendrían un adaptador, o sea que para el día siguiente ¡tendría dos adaptadores! Subí a mi habitación, lo probé y ¡todo funcionó bien!. 

     A la mañana siguiente, antes de ir al “meeting”, pasé por el Seven Ileven pequeño que estaba al lado del hotel para agradecerle a Shamile -así se llamaba la simpática morenita- y decirle que gracias a ella podía usar las gafas sin haber tenido que ir hasta el centro comercial. El recepcionista me llamó un taxi y me dirigí al lugar del "meeting". En el trayecto observé un poco de esa zona periférica de Singapur. Calles limpias, verdor, edificios de apartamentos, residencias modernas, etc. desfilaron ante mis ojos. Por la tarde, al volver, fuí a la tienda a devolverle el adaptador al dependiente y la señora del día anterior me dijo que estaba en la tienda pequeña aledaña al hotel. Me sorprendió que para explicarme en cuál tienda estaba el chico me dijese que "está en la tiendita donde trabaja Shamile, la chica que me había arreglado las gafas".  No hay duda de que las noticias vuelan -pensé. Fuí hacia allá y le devolví el adaptador al chico preguntándole cuánto era el favor. “Nada” -me contestó. Imaginé que sentía verguenza de decírmelo delante de otros clientes que habian en el interior, y agradeciéndole por su ayuda volví a mi habitación.

     Al terminar todo lo que me había llevado hasta Singapur y antes de dejar el hotel, pasé a comprar agua mineral y por suerte lo encontré. Y como hice con Shamile le dije que se quedara con el vuelto y que cenara algo en mi nombre, que ya regresaba a Japón, a lo que el chico respondió con sorpresa: “¿Ya?”. “Sí” -le respondí, ya terminaron las reuniones. “Ojalá que nos visite nuevamente y que nos volvamos a ver” -me dijo mientras me estrechaba la mano al estilo occidental. Me sorprendí porque aquí en la tierra del sol naciente muy raras veces se realiza eso y ya casi he olvidado estrechar manos, dar abrazos o dar besos en las mejillas. Pero si sentí que recibí mucha energía de ese noble chico que me ayudó y confió en mí sin conocerme. Salí de la tiendita agradeciendo a Dios por haberme conducido al  lugar correcto y por haberme conectado con las personas correctas. Volví al hotel a tomar mis cosas que ya había dejado encargadas en la recepción por la mañana. Ahí estaban los dos recepcionistas. El chico me sacó la maleta y aproveché para darle un “chip” para que ambos cenen algo. Sonrieron. Sin duda una propina hace felíz a cualquiera. Le pedí que me llamara un taxi y a los pocos minutos me despedía de ellos. Poco antes de salir del hotel ví un maletín que me habían entregado en el “meeting” el primer día, y junto con un recuerdo de Singapore, los organizadores del “meeting” habían puesto ¡un adaptador universal! ¡Si lo hubiese abierto antes! Y colorín colorado esta historia del adaptador y las gafas ha terminado.

     Como se habrán dado cuenta si uno tiene fe en Dios todo se soluciona. Mientras hay vida hay esperanza. Se tendrán que tocar puertas, se tendrán que buscar alternativas, por supuesto que sí, pero hay que saberlas tocar y saberlas buscar. Nuestra tarjeta de presentación es la consideración con la que tratemos a las personas ya sean jóvenes dependientes, recepcionistas, mozos, o embajadores. Esto ocurrió hace unos años, pero imagino que esos chicos universitarios han de ser ahora profesionales y quizás cuando escuchen Perú o Japón se acordaran de que alguna vez compartimos unos minutos en fraternidad por encima de religiones, barreras del idioma, etc, al igual como yo los recuerdo ahora. Nunca olvidemos ser agradecidos con quienes nos ayudan. De nosotros depende hacer esta sociedad mucho más humana. ¡Ah! Y nunca dejemos de abrir un maletín o un regalo! Y tampoco hagamos conjeturas ni juzguemos sin preguntar. Gracias Dios por darme la oportunidad de conocer a gente generosa y de buen corazón.

Continuará....To be continued...

domingo, 11 de agosto de 2013

With reason or without reason = Con razón o sin razón

     La veía caminar a menudo por la vereda a lo largo del pequeño río que corre cerca a casa y por el que suelo pasar la mayoría de las veces ya que llega a mi centro de trabajo, al supermercado, a la estación de tren local, etc.; es decir, a todo lo que constituye mi pequeño mundo en esta apacible ciudad de gente en su mayoría pacifica y que está rodeada de arrozales y verdes montañas. Es una mujer ya mayor, de aspecto elegante y hasta podría decir con cierto aire europeo, de ojos grandes rasgados, de cabello negro y largo que a veces lo lleva suelto o recogido. Era fácil reconocerla desde lejos porque siempre llevaba un paraguas o un parasol y ropa de colores llamativos o negro perfectamente adecuada a la estación. Algunas veces llevaba gafas, otras no. Dentro de mí la llamaba la misteriosa dama del paraguas.
 
     Nos cruzamos muchas veces en el camino temprano por la mañana ya que por ahí transitan estudiantes que viven en el dormitorio-residencia de la universidad cercana y enfermos del hospital que se encuentra casi al frente de mi “apato”, y creo que a fuerza de verme a diario en su camino, un día me saludó a viva voz y casi sin mirarme siguió su camino. Por supuesto que le respondí, y desde aquel día cada vez que la veía me saludaba y yo le respondía, o viceversa. Unas cuantas veces en invierno llegó a decirme mientras caminaba sin detenerse: “samui-desu-ne” (Hace frío, ¿no?). Y yo le contestaba: “So-desu-ne” (Si, así es, ¿no?), y también continuaba presurosa mi camino. Siempre pensaba, ¿hacia dónde se dirigirá?, pero nunca me atreví a preguntarle. A veces cuando iba a barrios cercanos veía su silueta caminando y empuñando -como siempre- en sus manos un parasol o paraguas. Otras veces, aunque muy pocas, me he topado con ella en las calles del centro donde trabajo -aunque quizás al no ser el paisaje en el que suele verme casi nunca me ha saludado allí- y algunas veces cerca de casa. Una vez que pasaba raudamente en bicicleta, me sorprendí al ver salir de improviso a la dama de negro con su pelo negro y su paraguas negro en la esquina de mi casa, y a pesar de lo intempestivo de la situación, me reconoció, y como siempre me saludó con su voz potente pero siguió sin detenerse. Siempre luce impecable aunque su mirar lejano parece divagar entre la realidad y la fantasía.

     Frecuentemente solía verla cerca del río hasta que mi horario y lugar de trabajo en el centro varió y cambié de ruta pasando por otra calle de sentido opuesto en la que hay mayor tráfico y no es nada tranquila. Pasaron los meses y pocas veces volví por la calle al lado del río a esa hora. No la volví a ver. De repente hace poco estaban arreglando las calles y tuve que volver a la antigua ruta de las mañanas y al pasar por el río de siempre, divisé unos veinte metros delante de mí la inconfundible figura de la dama del paraguas. Pensé que no me reconocería, pero apenas me vio, me sonrió y me saludó en voz mucha más alta que nunca e increíblemente, por primera vez, se sobreparó. Yo también hice lo mismo. Ella empezó a decir con voz emocionada: “¡Cuánto tiempo! ¿Cómo ha estado? Yo pensé que ya se había ido a su país”. Sus preguntas me dejaron anonadada por un instante, pero con la alegría que me dio el saber que me recordaba le contesté el saludo y sus preguntas. “¿De dónde es? ¿Desde cuándo está aquí? ¿Estudia o trabaja? ¿Hasta cuándo se quedará?” -me siguió preguntando como si hubiese tenido todas esas interrogantes por mucho tiempo y saliesen así a borbotones. Gratamente sorprendida y emocionada al máximo le contesté todas y cada una de sus preguntas. Ella mirándome fijamente a los ojos me escuchaba con atención pero siempre con la mirada lejana. Los chicos de la secundaria que pasaban a esa hora de la mañana se quedaban mirándonos sorprendidos ya que ella hablaba con su característica voz alta en plena calle e imagino que eso llegaba a sus oídos. Parecía que para ella el mundo no existiese. Aún sin recuperarme de la sorpresa por su manera de expresar por primera vez su emoción me despedí de ella. Y ella siguió caminando por la vereda al lado del río con su mirada perdida. Me sonreí ante semejante inicio de mañana, pero no por lo extraño del aspecto de la dama del paraguas, si no por la gran emoción que reflejaba su voz, su alegría, su preocupación, aunque quizás cuando llegue a su casa no se acordase de que me había visto.

      En estos últimos días no he vuelto a pasar a esa hora por ahí, pero esta mañana volví a hacerlo y la encontré nuevamente. Al verme escuché su voz diciéndome: “¡Cuánto tiempo! Pensé que se había ido a su país”. “No, todavía” -le dije sonriendo y esto me hizo reconocer que no recordaba nuestra última conversación. “A veces voy por otra ruta” -agregué. Sonrió, dio la espalda y se fue con su parasol floreado. No sé si mi recuerdo permanecerá en su memoria por siempre, pero si sé que su recuerdo permanecerá en mí mientras yo viva. No me importa que ya no me recuerde si sé que ella fue felíz al verme y yo fui felíz al escucharla. Porque yo sentí en ese momento a Dios en nuestros corazones y ese breve instante hizo que anduviera todo el día con la sonrisa en el rostro evocando ese bendito encuentro. No es fácil que una persona especial te sonría y Dios lo hizo posible. Me llena el alma el poder compartir con personas así, especiales, pero especiales por su forma tan tierna y espontánea de ser ya que esas personas no conocen de maldad ni de daño; son almas blancas que caminan por el mundo regalando sonrisas aunque ni ellas mismas sepan que las regalan. La dama de negro me coloreó mi día. With reason or without reason I continue being happy and forever I will!

    Hoy domingo de descanso, de relax, de música, de solaz como me gusta, evoco este evento, así como evoco todas las bendiciones que Dios me ha brindado hoy. Sí, te agradezco por sonreírme a través de las bellas flores de mis plantas de cucarda roja, amarilla y rosada que esta mañana al abrir la puerta del balcon, encontré, y por la de color naranja que me saludó al abrir la puerta del pasillo; por sonreírme a través de las personas que encontré en mi camino hoy y por que sé que cuento con ellas; por esa paz que sentí paseando en bicicleta por la alameda de árboles de cerezo en la otra zona de la ciudad; por permitirme ver caer el sol a través de las hojas de los árboles; por hacerme sentir el amor de mi familia a través de las cálidas voces de mis padres, mis hermanos, mis sobrinos, etc. Creo que me das mucho más de lo que merezco Señor. Por favor, extiende tu manto protector a todos los que lean estas líneas y a la dama del paraguas. Y usted, ¿ha sentido la presencia de Dios en su vida?.
 

domingo, 4 de agosto de 2013

For many reasons I am happy!

     Este ha sido un fin de semana diferente. No he paseado en bicicleta -como es mi rutina- por la alameda al lado del río y siento que me falta algo. Es tan hermoso pasear en esa alameda de añejos arboles de cerezo que forman un verde túnel por el que uno pasa aspirando su suave aroma. Es tan agradable sentir el viento fresco rozándote la cara y refrescándote el alma al pasar debajo de esos frondosos árboles. Es tan reconfortante percibir la presencia de Dios entre el río, los árboles y el canto de las cigarras, y sentirse en comunión con El al ver a lo lejos como el sol cae por las montañas y saber que nos deja para salir resplandeciente a alumbrar y entibiar a los seres que habitan al otro lado del planeta.  
 
     No he podido hacer lo que me gusta pero aún así me siento felíz, aunque sea una felicidad diferente. He participado en actividades de intercambio internacional y he sentido la alegría de poder comunicarme con personas que nunca pensé que podía llegar a conocer. Esta ocasión ha sido una delegación tailandesa la que visitaba la tierra del sol naciente. Era su último fin de semana aquí y tenían programado hacer "homestay" con una familia japonesa. La familia con la que participé acogió a Bo-san, un profesor tailandés muy educado, simpático y correcto. No soy Nathalie (Natalí) -la de la canción- pero colaboré en la traducción, aunque la verdad él casi no entendía inglés y mucho menos japonés. Traté de no hacerlo sentir mal e intenté comprender lo que me decía; después de todo era tan buena gente que aunque no hablase nada todo hubiese salido perfecto.
 
     Como no pude estar con ellos desde temprano, la mamá japonesa y una amiga de ella lo llevaron  a un museo de historia, y luego ya todos juntos fuimos a ver un parque de flores de loto. Bo-san estaba encantado y por supuesto yo también -aunque ya había estado allí hace un par de semanas- ya que adoro las flores. Paseamos, tomamos fotos y hasta dimos de comer a los grandes peces que habían en una pequeña laguna. Bo-san repetía que estaba "happy" ya que él vive en Bangkok -que es la capital de Tailandia- y como en toda gran ciudad se ven solamente edificios, coches y hace mucho calor. Poco a poco fue entrando en confianza y empezó a hablar en su tailandés-inglés aunado al "body language". Nos contó que es Master en danzas típicas tailandesas y actualmente profesor de danzas en una escuela secundaria y que ha viajado por varios países del mundo promoviendo el arte y la cultura de su país.
 
     Yo escuchaba con mucho interés porque es algo tan diferente a lo que hago, y conforme iba explicándonos lo que hacía me di cuenta de que no solamente estaba frente a una simpática persona sino ante un famoso representante de la danza de su país. Lo que me desconcertó y aún no comprendo es algo que nos comentó mientras tomábamos un té japonés helado. El llevaba su anillo de matrimonio en la mano, así que al preguntarle si tenía hijos, nos respondió que no. Pensamos que era porque es aún joven y tiene otros planes, pero no. Nos explicó que como es el hijo mayor él no puede tener hijos propios sino que tiene que criar ¡sobrinos! Y nos mostró la foto de un niño precioso. Tambien nos contó que tiene que aportar a su país una gran cantidad de dinero para que sea utilizado en las escuelas. Todo esto me ha hecho querer aprender más de ese misterioso país y sus costumbres. En realidad Tailandia es un lugar al que siempre he querido ir, pero hasta ahora no se ha dado la oportunidad.
 
     Desde antes ya había recibido la invitación para la cena de despedida de la delegación, pero me había abstenido. Sin embargo, al saber que Bo-san haría una presentación decidí aceptar la invitación y hoy he estado allí. El estaba vestido con un traje que representaba un personaje mitad ave y mitad humano de color rojo cubierto de adornos dorados y se cubría la cabeza con una máscara. Nos dejó ver de cerca y hasta tocar su atuendo. Hemos disfrutado de su magnífico baile después de la cena. Es más, amablemente, nos dijo que cuando vayamos a Tailandia nos esperaría en el aeropuerto y nos guiaría para mostrarnos los lugares más atractivos de su país y disfrutar de su comida. Creo que hemos conseguido un amigo más en nuestra red de fraternidad. Al terminar su performance empezaron un baile en el que participaba toda la delegacion, aproveché que todos se levantaban de sus mesas y los dejé allí a todos bailando con ese lindo grupo de simpáticos tailandeses y tailandesas.
 
     Por muchas razones soy felíz hoy. Me siento muy felíz de haber aprendido el idioma japonés que es tan difícil  -aunque la verdad a mí siempre me gustó aprender lo más difícil-  para de esa manera ser útil ahora. Pero también me siento felíz al poder hacer felices a personas que me hacen felíz. Es hermoso compartir lo mucho o poco que Dios nos da. Muchos pensarán por qué hago todo esto y la respuesta es muy simple: Quiero hacer cosas que le agraden a Dios; quiero volver a mis raíces, a esa época maravillosa en la que uno solo tiene en el corazón sueños y deseos de hacer cosas buenas por los demás; quiero de esa manera agradecer por el simple hecho de estar viva y sentirme viva. Me ha costado mucho lograr mis sueños pero no me arrepiento de mis largas noches de desvelo ni de mis decisiones ni de lo que deje atrás ya que siento que mi misión debía realizarse en este país, que era lo que Dios me tenía reservado. Pero sé también que dentro de poco he de volver a la tierra que me vio nacer y aplicar lo aprendido y experimentado aquí. Lo bueno, lo malo...todo!

    Bien, como suelo hacerlo a veces, hoy comparto un poema de uno de mis poetas favoritos. Disfrutadlo.
 
Dúo de amor
**
En el hondo silencio de la noche serena
se dilata un lejano perfume de azucena,
y aquí, bajo los dedos de seda de la brisa,
mi corazón se ensancha como en una sonrisa…
**
Y yo sé que el silencio tiene un ritmo profundo
donde palpita un eco del corazón del mundo,
un corazón inmenso que late no sé dónde,
pero que oye el latido del mío, y me responde…
**
El corazón que sientes latir en derredor,
es un eco del tuyo, que palpita de amor.
El corazón del mundo no es ilusorio: Existe.
Pero, para escucharlo, es preciso estar triste;
**
triste de esa tristeza que no tiene motivo,
en esta lenta muerte del dolor de estar vivo.
La vida es un rosal cuando el alma se alegra,
pero, cuando está triste, da una cosecha negra.
**
El amor es un río de luz entre la sombra,
y santifica el labio pecador que lo nombra.
Sólo el amor nos salva de esta gran pesadumbre,
levantando el abismo para trocarlo en cumbre.
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Sólo el amor nos salva del dolor de la vida,
como una flor que nace de una rama caída;
pues si la primavera da verdor a la rama,
el corazón se llena de aroma, cuando ama.
**
Amar es triste a veces, más triste todavía
que no amar. El amor no siempre es alegría.
Tal vez, por eso mismo, es eterno el amor:
porque, al dejarnos tristes, hace dulce el dolor.
**
Amar es la tristeza de aprender a morir.
Amar es renacer. No amar, es no vivir.
El amor es a veces lo mismo que una herida,
y esa herida nos duele para toda la vida.
**
Si cierras esa herida tu vida queda muerta.
Por eso, sonriendo, haz que siempre esté abierta;
y si un día ella sola se cierra de repente,
tú, con tus propias manos, ábrela nuevamente.
**
Desdichada alegría que nace del dolor.
De un dolor de la rama también nace la flor.
Pero de esa flor efímera, como todas, se mustia,
y la rama se queda contraída de angustia.
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Cada hoja que cae deja el sitio a otra hoja,
y así el amor —resumen de toda paradoja—
renace en cada muerte con vida duradera;
porque decir amor, es decir primavera.
**
Primavera del alma, primavera florecida
que deja un misterioso perfume en nuestra vida.
Primavera del alma, de perpetuo esplendor,
que convierte en sonrisa la mueca del dolor.
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Primavera de ensueño que nos traza un camino
en la intrinca selva donde acecha el destino.
Primavera que canta si el huracán la azota
y que da nuevo aliento tras de cada derrota.
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Primavera magnánima, cuyo verdor feliz
rejuvenece el árbol seco hasta la raíz…
Amor es la ley divina de plenitud humana;
dolor que hoy nos agobia y añoramos mañana…
**
Eso es amor, y amando, también la vida es eso:
¡Dos almas que se duermen a la sombra de un beso!.
Jose Angel Buesa. 
 
 
¡Una lluvia de bendiciones para los lectores!

Foto 1: Alameda de "sakura" o cerezos.


Foto 2: Vista del rio desde la alameda.