jueves, 15 de agosto de 2013

Your Singapore! - Part I

     Y ya en casita, con un poco de sueño pero con la mente llena de recuerdos. Sin duda han sido días vertiginosos, y hoy ya aquí en la tranquilidad de mi “manshon” (apartamento) evoco los momentos pasados en esa subyugante tierra como si hubiese sido un sueño. Desde la subida al avión en el Aeropuerto Internacional de Kansai en Japón ya parecía estar en Singapore: las aeromozas vestían con trajes típicos! Eran trajes largos, pero con una abertura en la parte delantera de la falda, de un color marrón con aplicaciones amarillentas y rojizas, y su peinado de moño al estilo antiguo les daba una apariencia peculiar.

     Mi primer contacto con los “singapurenses” se inició debido a un incidente que me ocurrió en el tren en el que viajaba de mi zona a Kansai en Japón. Levanté la mesita donde se ponen las bebidas sin percatarme de que mis gafas estaban puestas allí y un ruido me hizo caer en la cuenta de que uno de los “lens” (vidrios) había salido volando de la montura! Intenté volver a ponerlo en su lugar pero no pude; así que llegué al Aeropuerto de Changi en Singapur sólo con los “sun glasses” (lentes de sol). Se lo comenté al taxista que me llevaba al hotel y me dijo que si deseaba me llevaba a buscar donde arreglarlo inmediatamente. Quise decirle que sí porque era urgente pero le respondí que primero quería llegar al hotel y le agradecí la buena intención. Ya instalada en el hotel le pregunté a uno de los recepcionistas si había un lugar cercano para arreglarlo y me respondió que tenía que ir a un lugar -por donde había pasado minutos antes- a unos quince minutos en taxi. Aún era de día y quise ver un poco del ambiente cerca del hotel como para familiarizarme y vi un pequeño Seven Ileven -popular tienda de 24 horas en Japón- al lado del hotel. Entré y le pregunté a una chica morenita de rasgos muy finos que atendía acerca de lo mismo pensando que sabría de otro lugar mas cercano, y obtuve la misma respuesta. Por lo visto el único lugar donde podrían arreglarlo estaba a esa distancia.

     Le comenté de lo linda que era la música que oía y tomé una botella mineral para llevar. Le iba a pagar, cuando me dijo que le muestre las gafas. Se las mostré y vi que empezó a intentar poner el lente, pero no podía. Me miró y me dijo: “No importa si se rompe?”. “No importa”-le respondí pensando que de igual manera si no se podía arreglar me tendría que comprar unas gafas nuevas en el centro comercial. Vi que hizo bastante fuerza y logró poner el lente en la semimontura! Le agradecí y le dije que me había ahorrado el ir al centro comercial. Sonrió. Le pagué el agua mineral y le dije que se quedara con el vuelto como agradecimiento. Se alegró y me preguntó de dónde venía, etc. Le pregunté lo mismo y me contestó que era de Malasia, el país vecino. Llevaba algo en la nariz -tipo arete- que le daba un aire hindú. Me comentó que era de oro. Como ya habíamos adquirido cierta confianza le dije que si me permitía tomarle una foto y me respondió que sí. Se la tomé y me pidió verla. Se la mostré, sonrió y me retiré diciéndole que volvería a comprar nuevamente.

     Ya en la habitación recordé que no había probado el Wi-Fi. Busqué dónde enchufar la Notebook y vi que los enchufes no eran como los que se usan en Japón. Bajé a pedir un adaptador a la recepcionista de turno, pero me dijo que no tenían disponibles y que tenía que comprar uno! Salí como buscar lo que necesitaba por una calle cercana y aproveché para entrar a comer algo en un restaurante típico en el que habían muchos con cara de estudiantes, lo que sin duda indicaba que la Universidad de Singapore (Singapur) estaba cerca como lo decía en la información que leí antes de ir. Como la comida estaba en una vitrina fue fácil pedir que me sirvieran lo que quería, aunque solo elegí por el aspecto exterior ya que ni sabía que clase de comida era. Ahí me entretuve un poco viendo algo del verdadero ambiente en que se desenvuelve la gente y el "life-style" de los comensales, y por el idioma hasta me animé a adivinar de donde eran. Por supuesto que no entendí nada de lo que hablaban pero respirar esa atmósfera natural es también algo que me fascina. Recuerdo que una vez cuando estuvimos en Madrid mi amiga Yuko y su primo se metieron a un restaurante con aspecto -por fuera- elegante, y yo les dije que iría a un restaurante donde come todo el mundo y los deje ahí. Caminé un poco hasta encontrar un lugar que me pareció como para oficinistas, es decir, un lugar más normal. Lo anecdótico fue que a la vuelta me perdí, los busqué en el alojamiento y al no encontrarlos fui a los almacenes "El Corte Inglés" y ahí los hallé de casualidad. ¡Casos y cosas que pasan a veces!
 
     Terminé mi almuerzo-cena y al volver entré a otro 'Seven Ileven' algo más grande que había en el trayecto y busqué un adaptador, pero sólo encontré uno parecido al que buscaba. Lo compré y lo probé en la habitación pero no era apropiado. Bajé nuevamente al primer piso y se lo hice saber a la recepcionista quien se encontraba hablando con alguien que parecía de vigilancia. Me dijo que lleve mi cable y que, con seguridad, la señora me lo cambiaría; así lo hice, no sin antes decirle que su obligación era tener ese adaptador para los huéspedes extranjeros. Llegué a la tienda y le expliqué el problema a la encargada quien aún se acordaba de mí porque hacía pocos minutos que lo había comprado. Entonces apareció un chico que había estado ordenando los productos en los estantes y amablemente empezó a buscar entre los pocos adaptadores que tenían y confirmó que no tenían ninguno como el que yo buscaba. Le dije que necesitaba uno urgentemente porque mi "notebook" solo tenía batería para doce horas -según las especificaciones pero ya sabemos que siempre se acaba antes- y luego tendría que recargarla. Buscó en un cajón en Caja y sacó un nuevo adaptador, lo probó y me dijo que ése era el que yo necesitaba, pero que era de su uso. Le pregunté si me lo podía alquilar. Me miró, se tomó la cabeza con las manos, lo pensó un momento y me respondió que me lo prestaría hasta las once de la noche. Le dije que esa hora era demasiado tarde para mí y que me lo alquilase hasta las ocho de la mañana en que saldría a la reunión de trabajo que tenía. No sé por qué pero me dijo que lo use todo el día y que se lo devolviera por la tarde cuando regrese. Se lo agradecí y como muestra de mi agradecimiento le regalé el que ya había comprado. Llegué a la entrada del hotel y el vigilante al verme me preguntó si había conseguido que me lo cambiaran. Le comenté lo del alquiler que me había hecho el chico de la tienda. Al oír eso llamó a uno de los chicos empleados del hotel -quien por el parecido físico me pareció su hijo- y le dijo que me busque uno para el día siguiente. Le agradecí el gesto y me despedí. Entré y la recepcionista me dijo que para el día siguiente me tendrían un adaptador, o sea que para el día siguiente ¡tendría dos adaptadores! Subí a mi habitación, lo probé y ¡todo funcionó bien!. 

     A la mañana siguiente, antes de ir al “meeting”, pasé por el Seven Ileven pequeño que estaba al lado del hotel para agradecerle a Shamile -así se llamaba la simpática morenita- y decirle que gracias a ella podía usar las gafas sin haber tenido que ir hasta el centro comercial. El recepcionista me llamó un taxi y me dirigí al lugar del "meeting". En el trayecto observé un poco de esa zona periférica de Singapur. Calles limpias, verdor, edificios de apartamentos, residencias modernas, etc. desfilaron ante mis ojos. Por la tarde, al volver, fuí a la tienda a devolverle el adaptador al dependiente y la señora del día anterior me dijo que estaba en la tienda pequeña aledaña al hotel. Me sorprendió que para explicarme en cuál tienda estaba el chico me dijese que "está en la tiendita donde trabaja Shamile, la chica que me había arreglado las gafas".  No hay duda de que las noticias vuelan -pensé. Fuí hacia allá y le devolví el adaptador al chico preguntándole cuánto era el favor. “Nada” -me contestó. Imaginé que sentía verguenza de decírmelo delante de otros clientes que habian en el interior, y agradeciéndole por su ayuda volví a mi habitación.

     Al terminar todo lo que me había llevado hasta Singapur y antes de dejar el hotel, pasé a comprar agua mineral y por suerte lo encontré. Y como hice con Shamile le dije que se quedara con el vuelto y que cenara algo en mi nombre, que ya regresaba a Japón, a lo que el chico respondió con sorpresa: “¿Ya?”. “Sí” -le respondí, ya terminaron las reuniones. “Ojalá que nos visite nuevamente y que nos volvamos a ver” -me dijo mientras me estrechaba la mano al estilo occidental. Me sorprendí porque aquí en la tierra del sol naciente muy raras veces se realiza eso y ya casi he olvidado estrechar manos, dar abrazos o dar besos en las mejillas. Pero si sentí que recibí mucha energía de ese noble chico que me ayudó y confió en mí sin conocerme. Salí de la tiendita agradeciendo a Dios por haberme conducido al  lugar correcto y por haberme conectado con las personas correctas. Volví al hotel a tomar mis cosas que ya había dejado encargadas en la recepción por la mañana. Ahí estaban los dos recepcionistas. El chico me sacó la maleta y aproveché para darle un “chip” para que ambos cenen algo. Sonrieron. Sin duda una propina hace felíz a cualquiera. Le pedí que me llamara un taxi y a los pocos minutos me despedía de ellos. Poco antes de salir del hotel ví un maletín que me habían entregado en el “meeting” el primer día, y junto con un recuerdo de Singapore, los organizadores del “meeting” habían puesto ¡un adaptador universal! ¡Si lo hubiese abierto antes! Y colorín colorado esta historia del adaptador y las gafas ha terminado.

     Como se habrán dado cuenta si uno tiene fe en Dios todo se soluciona. Mientras hay vida hay esperanza. Se tendrán que tocar puertas, se tendrán que buscar alternativas, por supuesto que sí, pero hay que saberlas tocar y saberlas buscar. Nuestra tarjeta de presentación es la consideración con la que tratemos a las personas ya sean jóvenes dependientes, recepcionistas, mozos, o embajadores. Esto ocurrió hace unos años, pero imagino que esos chicos universitarios han de ser ahora profesionales y quizás cuando escuchen Perú o Japón se acordaran de que alguna vez compartimos unos minutos en fraternidad por encima de religiones, barreras del idioma, etc, al igual como yo los recuerdo ahora. Nunca olvidemos ser agradecidos con quienes nos ayudan. De nosotros depende hacer esta sociedad mucho más humana. ¡Ah! Y nunca dejemos de abrir un maletín o un regalo! Y tampoco hagamos conjeturas ni juzguemos sin preguntar. Gracias Dios por darme la oportunidad de conocer a gente generosa y de buen corazón.

Continuará....To be continued...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario