domingo, 11 de agosto de 2013

With reason or without reason = Con razón o sin razón

     La veía caminar a menudo por la vereda a lo largo del pequeño río que corre cerca a casa y por el que suelo pasar la mayoría de las veces ya que llega a mi centro de trabajo, al supermercado, a la estación de tren local, etc.; es decir, a todo lo que constituye mi pequeño mundo en esta apacible ciudad de gente en su mayoría pacifica y que está rodeada de arrozales y verdes montañas. Es una mujer ya mayor, de aspecto elegante y hasta podría decir con cierto aire europeo, de ojos grandes rasgados, de cabello negro y largo que a veces lo lleva suelto o recogido. Era fácil reconocerla desde lejos porque siempre llevaba un paraguas o un parasol y ropa de colores llamativos o negro perfectamente adecuada a la estación. Algunas veces llevaba gafas, otras no. Dentro de mí la llamaba la misteriosa dama del paraguas.
 
     Nos cruzamos muchas veces en el camino temprano por la mañana ya que por ahí transitan estudiantes que viven en el dormitorio-residencia de la universidad cercana y enfermos del hospital que se encuentra casi al frente de mi “apato”, y creo que a fuerza de verme a diario en su camino, un día me saludó a viva voz y casi sin mirarme siguió su camino. Por supuesto que le respondí, y desde aquel día cada vez que la veía me saludaba y yo le respondía, o viceversa. Unas cuantas veces en invierno llegó a decirme mientras caminaba sin detenerse: “samui-desu-ne” (Hace frío, ¿no?). Y yo le contestaba: “So-desu-ne” (Si, así es, ¿no?), y también continuaba presurosa mi camino. Siempre pensaba, ¿hacia dónde se dirigirá?, pero nunca me atreví a preguntarle. A veces cuando iba a barrios cercanos veía su silueta caminando y empuñando -como siempre- en sus manos un parasol o paraguas. Otras veces, aunque muy pocas, me he topado con ella en las calles del centro donde trabajo -aunque quizás al no ser el paisaje en el que suele verme casi nunca me ha saludado allí- y algunas veces cerca de casa. Una vez que pasaba raudamente en bicicleta, me sorprendí al ver salir de improviso a la dama de negro con su pelo negro y su paraguas negro en la esquina de mi casa, y a pesar de lo intempestivo de la situación, me reconoció, y como siempre me saludó con su voz potente pero siguió sin detenerse. Siempre luce impecable aunque su mirar lejano parece divagar entre la realidad y la fantasía.

     Frecuentemente solía verla cerca del río hasta que mi horario y lugar de trabajo en el centro varió y cambié de ruta pasando por otra calle de sentido opuesto en la que hay mayor tráfico y no es nada tranquila. Pasaron los meses y pocas veces volví por la calle al lado del río a esa hora. No la volví a ver. De repente hace poco estaban arreglando las calles y tuve que volver a la antigua ruta de las mañanas y al pasar por el río de siempre, divisé unos veinte metros delante de mí la inconfundible figura de la dama del paraguas. Pensé que no me reconocería, pero apenas me vio, me sonrió y me saludó en voz mucha más alta que nunca e increíblemente, por primera vez, se sobreparó. Yo también hice lo mismo. Ella empezó a decir con voz emocionada: “¡Cuánto tiempo! ¿Cómo ha estado? Yo pensé que ya se había ido a su país”. Sus preguntas me dejaron anonadada por un instante, pero con la alegría que me dio el saber que me recordaba le contesté el saludo y sus preguntas. “¿De dónde es? ¿Desde cuándo está aquí? ¿Estudia o trabaja? ¿Hasta cuándo se quedará?” -me siguió preguntando como si hubiese tenido todas esas interrogantes por mucho tiempo y saliesen así a borbotones. Gratamente sorprendida y emocionada al máximo le contesté todas y cada una de sus preguntas. Ella mirándome fijamente a los ojos me escuchaba con atención pero siempre con la mirada lejana. Los chicos de la secundaria que pasaban a esa hora de la mañana se quedaban mirándonos sorprendidos ya que ella hablaba con su característica voz alta en plena calle e imagino que eso llegaba a sus oídos. Parecía que para ella el mundo no existiese. Aún sin recuperarme de la sorpresa por su manera de expresar por primera vez su emoción me despedí de ella. Y ella siguió caminando por la vereda al lado del río con su mirada perdida. Me sonreí ante semejante inicio de mañana, pero no por lo extraño del aspecto de la dama del paraguas, si no por la gran emoción que reflejaba su voz, su alegría, su preocupación, aunque quizás cuando llegue a su casa no se acordase de que me había visto.

      En estos últimos días no he vuelto a pasar a esa hora por ahí, pero esta mañana volví a hacerlo y la encontré nuevamente. Al verme escuché su voz diciéndome: “¡Cuánto tiempo! Pensé que se había ido a su país”. “No, todavía” -le dije sonriendo y esto me hizo reconocer que no recordaba nuestra última conversación. “A veces voy por otra ruta” -agregué. Sonrió, dio la espalda y se fue con su parasol floreado. No sé si mi recuerdo permanecerá en su memoria por siempre, pero si sé que su recuerdo permanecerá en mí mientras yo viva. No me importa que ya no me recuerde si sé que ella fue felíz al verme y yo fui felíz al escucharla. Porque yo sentí en ese momento a Dios en nuestros corazones y ese breve instante hizo que anduviera todo el día con la sonrisa en el rostro evocando ese bendito encuentro. No es fácil que una persona especial te sonría y Dios lo hizo posible. Me llena el alma el poder compartir con personas así, especiales, pero especiales por su forma tan tierna y espontánea de ser ya que esas personas no conocen de maldad ni de daño; son almas blancas que caminan por el mundo regalando sonrisas aunque ni ellas mismas sepan que las regalan. La dama de negro me coloreó mi día. With reason or without reason I continue being happy and forever I will!

    Hoy domingo de descanso, de relax, de música, de solaz como me gusta, evoco este evento, así como evoco todas las bendiciones que Dios me ha brindado hoy. Sí, te agradezco por sonreírme a través de las bellas flores de mis plantas de cucarda roja, amarilla y rosada que esta mañana al abrir la puerta del balcon, encontré, y por la de color naranja que me saludó al abrir la puerta del pasillo; por sonreírme a través de las personas que encontré en mi camino hoy y por que sé que cuento con ellas; por esa paz que sentí paseando en bicicleta por la alameda de árboles de cerezo en la otra zona de la ciudad; por permitirme ver caer el sol a través de las hojas de los árboles; por hacerme sentir el amor de mi familia a través de las cálidas voces de mis padres, mis hermanos, mis sobrinos, etc. Creo que me das mucho más de lo que merezco Señor. Por favor, extiende tu manto protector a todos los que lean estas líneas y a la dama del paraguas. Y usted, ¿ha sentido la presencia de Dios en su vida?.
 

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